lunes, 24 de marzo de 2008

Luang Prabang, pueblo dormido.




Desde el norte de Tailandia, el viaje es largo. Dos dias en bote a traves del rio Mekong, pasando la noche en Pak Beng, un pueblito olvidado, para asi seguir camino hasta llegar a Luang Prabang, en Laos, no es una odisea sino la aventura constante de navegar por esas aguas para descubrir a una ciudad suspendida en el tiempo.
Lejos del bullicio de las urbes, los flashes y el acoso turistico, Luang Prabang se despliega sencilla pero impactante. Cada esquina guarda un antiguo estilo colonial, fruto de la herencia francesa, que se mezcla con las casas humildes, los jarrones floridos rebalsando de los balcones y los infaltables templos, refugios sagrados y silenciosos testigos de los cambios que a traves de los siglos, gestaron a la ciudad.
Alguna vez la capital real de Laos, guarda de aquellas epocas un lujoso palacio, y hoy duerme, serena y bohemia en las orillas de los rios Nam Khan y Mekong. Resguardada como un tesoro, multiples organizaciones fomentan el ecoturismo en la region y la responsabilidad social para con sus trabajadores y niños. Como Patrimonio Mundial de la Unesco, Luang Prabang demuestra porque se gano ese lugar, desde la primer mirada.
Caminar por sus calles, atravesar sus paisajes, contemplar sus rios, es un balsamo para el espiritu. Cualquiera sea la hora del dia, en Luang Prabang se respira el aire de la siesta, se siente el calortibio del atardecer y se huele el aroma de la ropa secada al sol.
Su gente es tan cordial como humilde, 'sawasdee' es el saludo que abre todas las puertas, y suena como melodia, en la voz de los lugareños. Con las manos curtidas por tejer hilados de seda o algodon rustico, o quiza bordar interminables mantas, sus mujeres tapizan la avenida principal al caer la tarde, para vender las artesanias tipicas que sorprenden por su meticulosidad y esmero.
Los niños corretean entre risas por sus calles, o pasen en bicicleta, y no faltan los monjes que se presentan en procesion en el ritual matutino de la limosna, que es el orgullo de sus habitantes.
Cada noche las calles se llenan de luces y colores. Los aromas de comidas cocinadas a las brasas y una cerveza 'Beerlao' bien helada, son la tentacion ineludible. Un puñado de kips y se puede disfrutar de la mejor cena, para luego perderse entre los puestos de la feria nocturna.
Contemplar y vivir Luang Prabang, resulta una caricia para el alma. Respirar su aire, caminar por sus calles, admirar sus paisajes, es ser testigo de un paraiso perdido, donde el tiempo quedo detenido y solo queda lugar para la inspiracion.

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